El tiempo de las cerezas es breve
como el embrujo de la adolescencia,
o las noches de dos rombos
corriendo por calles recién regadas.
El fruto es un placer con hueso:
suave y amable, terso y de piel joven,
pero el tiempo corrompe
y no deja más que un núcleo rugoso y duro.
Duro es el suelo por el que nunca hemos rodado
comiendo hechizados nuestra carne.
No es una fruta podrida, blanda y viscosa
como el colchón de una cama destartalada.
Pero una cama también puede ser un nido
donde incubar un cuerpo que espera
a que no llegues, durmiendo en posición fetal,
a que no llegues, durmiendo en posición fetal,
abrazando la soledad de la almohada.
como nudos de cereza.
ResponderEliminarNavegando de tu boca hasta el centro de la tierra.
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