Las flores marchitas, la sangre
en las almohadas y el luto
son ciegos e inertes ante la luz
de la mañana. Son reos condenados
a galeras en la Laguna Estigia,
pertenecen al seco Mundo de los Muertos.
El Sol aviva los ojos, los llena de un fuego
que se teje con lluvia de tormenta.
La vida nace de un caldo cálido y húmedo,
se aleja de las sombras esqueléticas
y áridas, para flotar en mares de labios
dulces y cuerpos que chorrean espíritu.
La Luna le da el claroscuro a la tiniebla,
empuja el apetito irrefrenable
para que dos animales ocultos
se enreden y crepiten, para que, entre el placer
indócil que nos dan nuestras mentes
en delirio, nos fundamos en la memoria.
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