No dormir una noche es ver las carreteras
empapadas de niebla desenfocada y llovizna,
aunque el sol empuje con todas sus fuerzas.
Es ver el infinito rodando por las escaleras.
Pero el amanecer es siempre un accidente
hermoso, como sangre que da la vida
en el vasto asfalto de la madrugada,
como el dulce encanto de lo contingente.
Las ojeras son el estigma de la supervivencia,
una alegoría de la lanza en el costado
que no alcanza ni el corazón ni los pulmones.
Son aguantar el sabor del vinagre y la apariencia.
El destino es lo más parecido a un poema,
se escribe en la memoria demiúrgica.
Es dogma inefable, incierto y mentiroso,
nace en las tinieblas y si lo lees te quema.
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