Una llamada de madrugada
que pasa rozando el tren que lleva al sueño
toca con los dedos
todas las fotografías de otoño
y el recuerdo en papel de periódico
con noticias atrasadas y amarillas,
remarca los puntos y las comas
como tatuajes de silencio,
escribe en la esfera de un reloj hecho de piel
un minutero girando hacia la izquierda,
un corte de respiración en las muñecas
y la afonía imposible de los ojos.
Pero también llena los pulmones
con viejos carteles de película,
con olores de lluvias y paraguas
por pequeños pueblos de las costas de invierno,
con clarinetes que saludan con sus lenguas,
que te ofrecen el cobijo de mi boca
y me ponen al resguardo de tu cuerpo.