lunes, 21 de noviembre de 2011

Pericles



Aquella fiesta de disfraces y máscaras 

es un festín de oro, incienso y náusea 

lleno de invitaciones en sobre sellados. 

El público lame la pantalla del televisor 

donde se recita en un verbo sin letra 

que no es de nadie ni de todos, 

que huele a alquitrán aún caliente 

con sabor a pan enmohecido. 

Un verbo sin letra 

escrito en algún libro sagrado 

custodiado por leones 

que fueron preñados de hierro y pólvora. 

Un verbo que suena a sirena y a incendio 

de carretes sin revelar 

en los ojos de un Pericles que llora. 

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