No es lo mismo bailar solo en la cocina,
quemarse los dedos sin tener quien te los bese
servir un plato de sopa de verduras
y ahogar las letras que conforman tus palabras,
que despertarse en mitad del rodaje de una película de Godard
donde Anna Karina corre de tu mano por el Louvre
batiendo un nuevo récord,
sacándote a bailar tras un minuto de silencio.
No es lo mismo ahogarse a solas en la bañera,
que jugar a hundir la flota con tu íntimo enemigo.
Anoche te esperé toda mi vida
en la azotea de un cuarto
sin ascensor
para que me leyeras las estrellas,
para ver cometas
y retarles a que den más luz que nuestros besos;
pero tú, amiga de las tormentas,
no volverás para perdonarme
que no supiera apreciar la pureza del amor que compartimos
donde siempre era domingo por la tarde.
No es fácil saltar al vacío
sin conocer la distancia al suelo,
sin saber de la profundidad de nuestra bañera
o cuándo te pararán los pies los guardias de seguridad de los museos.
La sopa de verduras siempre me quedó sosa,
nunca supe llevar el ritmo sin otros pies que lo marcasen.
Anoche en nuestra cama
le leí a otra todos tus poemas.
Se los leí yo.
Y se enamoró,
de ti.
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