Las grietas de las yemas de los dedos
son laberintos que nos alejan
de la naturaleza humana.
Aunque nos hacen no ser fantasmas
no nos unen a los átomos del cuerpo.
Son circunstancias contingentes,
como si te viese correr perdida
por alguna playa de marzo
y mi sangre se hiciese más espesa,
o como si te viese morir
en la silla eléctrica sin que mis neuronas
no parasen de hervir ira.
Afortunadamente, muchacha de piel clara,
el viento es favorable y marzo durará un suspiro,
sopla el Viento de Levante
y mi sangre pronto fluirá ligera por su fuerza.
Mis dedos podrán sentir el fuego
-que se me mete en las entrañas-
de una vida en juventud apasionada,
tan rebelde como la primavera.
Tocarán una piel, unos muslos, unos brazos
tersos, arrogantes y presuntuosos,
pero sobre todo, de una juventud libre,
sin nudos más que en la garganta.
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