“Y llenos de amor todos los manicomios”.
Juan Carlos Mestre
Y llenarte una mañana con intrépidos sabores,
con el poder de las espirales del mar,
de los crímenes perpetuos, de las cadenas pasionales.
Entrar como un fuerte viento que golpea
y cierra las puertas con violencia,
que abre las ventanas.
Y nombrarte a gritos en las poesías sin decir jamás
tu prohibido nombre lleno de verdades y secretos.
Y escuchar el poder de la mañana, de los tambores
vibrando en las manos y en el pecho,
y lamer cada sombra de tu cuerpo,
cada fiebre que invade las cabezas y las guillotinas.
Y desmontar las ciudades, los edificios y los vestidos a rayas,
las corazas tras las que te escondes.
Coronar los portales en los que nos comemos las pieles,
caníbales hambrientos de presente y sangre.
Sangre con la que escribimos todos los poemas,
biblias y bendiciones,
con la que se plasma cada grito en cada canción,
en cada segundo lleno de salivas
y animales llenos de rabia y de deseo.
Y después usar los pronombres posesivos,
las mandíbulas malintencionadas que se desatan
como condenados a muerte o como animales cautivos,
con la misma garra, la misma ira de los amantes
que se clavan las uñas, los tendones, las rodillas.
Y guardarse otra vez las heridas, los latigazos en el pecho,
el humo del tabaco de la juventud que nos envuelve y nos hace arder
y me hace escribir cada palabra.
Que bien te viene levantarle la falda a la luna y acostarte con el sol... Me gusta mucho.
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