El sol ha dorado la hierba al borde del camino,
y el verano que crece por las aceras
arrasa las mesetas pulidas por lluvias
de otros tiempos y otros vientos.
Los hombros buscan nube y sombras
para aliviarse, las manos necesitan agua,
los pulmones añoran respirar el hielo
que en mí no se consigue mantener,
la piedra que no se aguanta ni en mis brazos
ni en mis ventrículos de sangres aturdidas.
Las noches tampoco dan tregua,
el combate lo marcan los ladridos insomnes
de los perros, las uñas de gato
que montan timba, maullido y riña.
Nosotros armamos guerras frías
de orgullo y desvelo,
de teléfono ofendido y labio mudo,
de latido penitente y todavía.
Ojalá mañana seamos cuerpos tibios
que se busquen en las profundidades
de mares que no conozcan miedos.
Y todos los razonamientos llenos de indudables edificios
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