"Lo único que se necesita para hacer una película es
una mujer y una pistola"
Jean-Luc Godard.
Cuando el protagonista deje la copa
encima de la mesa,
sonará jazz para los títulos de crédito
justamente donde el script
dice que hay que fundir a negro.
Alguien se encargará de cambiar
el decorado
para convertir esta habitación
en una noche en Manhattan
y repetir la escena en la que los protagonistas
se miran a los ojos por primera vez.
La iluminación será algo más tenue;
quizá con un filtro
que arroje tonos azulados,
o algún efecto que simule
la luz de los faros de los coches
atravesando la ventana.
La cámara graba desde atrás al personaje
que camina por un pasillo de puertas cerradas.
Es un travelling exacto que termina
cuando llega a la actriz que fuma
y observa ensimismada un cuadro de Magritte;
hay una nostalgia que la persigue
detrás de la pantalla.
El encuentro se produce en plano general
el espectador sabe que uno de los dos esconde
un revólver que debe disparar
antes de la primera palabra,
pero algo sucede, es un instante,
es un guionista cruel el que decide
que el personaje cambie de opinión.
La toma no sirve,
las chicas de maquillaje están histéricas
ella tiene brillos en la frente,
a él se le ha olvidado el texto.
Poema escrito a cuatro manos con Marina Alcolea.
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