Ahora que han cambiado por marcas registradas
todos los rincones de Madrid,
la ciudad debe oler a terminal de aeropuerto
y deben estar muy solas las copas del Ojos Negros
sin nosotros dos.
Ahora que le tengo que preguntar al iPhone
cómo volver a casa
en una ciudad que me cubre de salitre,
entiendo que es mejor llevar las ojeras
llenas de heridas
que tener un corazón con estrías,
o piel de melocotón.
Ahora que mi salón es el Monte Saint-Michel
con la marea alta
no hay gata o loba, o bruja con escoba,
que pueda sacarme de aquí.
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