Aprendió a amar
como se deseaban los protagonistas
de las películas francesas,
como venía escrito en los libros,
como las canciones de palabras rasgadas
quisieron que amase.
Era actor y narrador;
las paredes de su cuarto, atrezzo.
Los mares, las estaciones, las ciudades:
sólo croma.
No conocía el reparto,
ni el guión de las actrices.
Pero aún así, las deseaba
porque era consciente de lo rápido
que podía arder el celuloide.
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