Sácame de la cama.
Motívame. Llévame a bailar.
Gírame la cara
y niégame los labios.
Afírmame tres veces antes de que
vuelvan a cantar los gallos.
Cierra las piernas,
pero abre los botones de mis camisas
y espérame en la ducha,
que yo mientras
perfumaré con aromas
de café y tostadas la cocina.
Guarda una nota en mi maleta,
cuenta hasta seis
y rechaza todos los abecedarios antes construidos.
Pinta mis paredes.
Quema todos los libros de mis estanterías
y todo el celuloide de las filmotecas,
corta la lengua de todas las voces
que suenan en mis discos,
porque ellas son las culpables.
Reza por mí
y da otro paso en falso,
que yo caeré contigo
en una parada de metro equivocada.
Enséñame a dormir.
Y si despierto,
escápate conmigo.
Pregúntame dónde quiero ir
y haz como si no me conocieras
en la terminal del aeropuerto.
No vuelvas,
pero no olvides escribirme un código postal
en la palma de la mano.
Dirígeme la mirada
y apártame las palabras,
que yo las dispondré
para cimentar poemas o derrocar dictadores,
para formar ciudades y monedas.
Manda todas las que te sobren
en una postal desordenada,
que yo con ellas construiré historias.
Oblígame a leértelas.
Dime: vuelve a la cama, que es tarde.
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