Para M.
Quisiera pensar que tu tormento
es un fiel y amargo reflejo del mío,
que aquel llanto suena por aquello
de lo que yo ya me olvide de llorar,
que la inocente voz que se quiebra
al otro lado del teléfono
sólo es el sinónimo de mi odio
a los carteros.
Porque esas pastillas
deberían recorrer antes mi esófago
que las rutas de tu desconsuelo.
Y es que estoy seguro de que la pureza
no debería permanecer
tanto tiempo en el fango,
al igual que las manzanas
nunca deberían pudrirse.
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