Qué siniestra es esta luna nueva
que hace las nubes de arcilla
en esta noche, en la que la muerte
pasa rozando la línea continua
de la curva que acabo de tomar,
curva que no llegará a ser nunca
una errata en una esquela.
Qué extraño verla por el espejo retrovisor
y pensar en un fallo en la dirección,
en un reventón de la cubierta
que esta misma tarde acabo de cambiar,
o en una decisión que emborronase
el papel de periódico, los quitamiedos
que protegen a los campos del asfalto.
Pero qué placer el de pasar acariciando
esa tilde blanca sobre el pavimento negro,
como paso inevitable, tanteando
tus labios con mi boca, excitando a la muerte
para que venga después de una piel erizada
y un aliento intermitente, como la sirena
de un vehículo de mantenimiento de carreteras
en mitad de una noche de diciembre.
Aunque la muerte importa tan poco en esos momentos...
ResponderEliminarya sabes.
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