No conozco otro idioma que el recuerdo
y sé que olvidar no es más que quedarse mudo.
Por eso grito aquella cama compartida
que supo nuestra sal, nuestra palabra
o nuestro silencio, que fue el silencio
de los que recién terminan de amarse.
Grito el mar, recojo mi propio eco,
como él se recoge a sí mismo en su resaca,
como nos albergaba en las raíces de su playa
o nos suspendía en su interior,
disfrutando de la fortuna o la desdicha
de ser nosotros también agua.
Grito la mañana por la que dejaron sus surcos
los aviones viajando en rutas indefinidas.
Grito con la garganta descosida entre las manos,
como cantan los gitanos, esa verdad
que tanto se parece a la noche que mojamos
nuestros cuerpos en una intuición de lo que es la vida.
Pero sé que recordar no es sólo el idioma del pasado
y me cuido de gritar adiós
ya que no quiero enmudecer por duplicado,
sin embargo acostumbro a susurrar
por las curvas del destino
hasta cuándo, hasta cuándo, hasta cuándo.
Qué genial.
ResponderEliminarCuidarse de gritar adiós debe ser facturar poemas como éste.