Como una niña que jamás hubiera roto un plato,
me mira cristalina.
Es una mirada de cariátide, una mirada
de bohemia milenaria
culpable de todas las guerras,
culpable de todos los abriles y de todas las pancartas.
Ahora viene aquí, a sembrar
en mis bolsillos girasoles,
a arrancar de las raíces de mis zapatos
la primavera,
viene a llevarse lo que siempre ha sido suyo.
Me olvida a oscuras desnudo por dentro,
de cintura para abajo.
Deja un rastro de besos en mi frente,
un camino de migas de pan
que erosiona mi cráneo,
hace literatura con el crujido
del esqueleto falto de calcio
que me sostiene.
Me ofrece las palmas de sus manos,
contemplativa,
para que yo las bese
y vea en ellas la línea de la vida que nos queda.
La radiografía de la manzana pudriéndose
conspira en mi estómago,
muestra el tumor del pecado original
con el que mira.
Por este poema te ganaste enteramente mi corazón por siempre...
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