En Turquía no hay focos que te ciegan los ojos
sino una división que se mide en dos copas de vino
y un lago vacío donde el bautismo está prohibido.
Por muy rojo que sea el color de la rosa,
la sangre es más intensa, como un pecado
o un sacrificio en un ático vacío.
Pero no es un pecado nadar en esta playa,
ni un sacrificio perderme en el fuego opiáceo
que mana como un Amazonas de lava,
desde la órbita del secreto que crepita
justo detrás de los anillos de Saturno.
No verteré ni gotas de sangre ni pecado
en este agua purificada por febrero,
pero sumergiré nuestro cuerpo libre
de grilletes desde la bahía.
Escribiré nuestro acto de creación
en la poesía del génesis.
El aaaaaaaaaaaaaaaadiós del adiós, con un cáncer contando nightmares.
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