viernes, 31 de mayo de 2013

La peor de mis derrotas



Aquel día que caminamos por el Sahara,

lamimos el borde del abismo

y la aorta nos escupió un alquitrán

que nos supo a playa.

Aquel día en el que los museos

hicieron honor a su nombre,

llevabas el pelo recogido y un vestido

que me ofrecía tu cuello.

Él me supo a Mediterráneo

cuando acerqué los labios,

pero no susurró nada de choques de trenes,

ni de carreteras cortadas.

Mientras me abría camino

por los avatares de tu pelvis,

no fui capaz de evitar el volverme a despeñar

por la última madrugada de mayo.

Ahora tengo arrugada la camisa,

el corazón y la barba descuidados,

los pantalones manchados de un barro

que saca a relucir la peor de mis derrotas.

Aquel día que me partiste el labio,

aprendí que forzar cerraduras

teniendo la llave en los bolsillos

es ser un más que pésimo ladrón.

Quizá mi mayor delito fue intentar hacernos

a imagen y semejanza de Godard o de Cortázar,

juguetear con el peligro de que mis lunares 

dejasen de encajar en los tuyos.

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