La calle siempre mira con ojos desorbitados
como el dios omnipresente que es capaz de verlo todo.
Se mete por el cristal de las ventanas,
encuentra salas de estar donde brilla el televisor
y gatos que la miran de reojo descansando
sobre los cojines del sofá.
También se cuela en los dormitorios,
tiene alma de voyeur, no parpadea.
Ve los gritos de las parejas que hacen el amor,
los gritos de las discusiones que suenan
al óxido de una cerradura oxidada,
a platos rotos.
Sabe que conozco su secreto
y se entromete regodeándose indiscreta
entre las dos hojas bien cerradas que abren mi balcón.
Me observa inquieto y desvelado,
descubre que la miro fijamente, buscando en su fondo
el breve hueco que dejan tus cortinas rojas.
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