miércoles, 10 de agosto de 2011

La Gran Guerra



El amanecer huele a gasolina quemada 

y siguen llegando cartas a nombre de gente muerta, 

suenan réquiems y bulerías indistintamente, 

como un deseo fugaz y cambiante 

que se aísla en las cabezas formando trincheras. 

Hay bombas, disparos y relámpagos, 

aviones que peinan los cielos, 

que llenan los campos de trigo de ceniza. 

Todo tiene color de ciénaga y crepúsculo, 

de asfaltos y carreteras desquebrajadas 

con culebras durmiendo en las cunetas. 

Todo es un zaguán donde se siembran rosas 

que se ahogan entre tantas pólvoras,

aguas y llantos.

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