lunes, 10 de agosto de 2009

El Ojo de la Aguja

Aquel antro se dibujaba con el humo de las colillas derramadas por los sombríos ceniceros, mis oídos descifraban en silencio la descripción que los instrumentos, desde el rincón más oscuro, dejaban entrever. Músicos, tan viejos como aquel sonido, perfilaban figuras marchitas en la pared, gracias a las casi extintas bombillas que sin saber porqué, habían olvidado cómo iluminar ese lugar. La fina capa de madera que hacía de suelo se sentía cohibida ante la infinitas huellas que como puñaladas, a lo largo del tiempo, habían dejado cicatriz en forma de hendiduras astilladas por toda su superficie. A través del olfato se adivinaba el olor del tabaco fumado en pipa que los ojos, a causa de la espesura, no podían percibir, también, aunque maquillado por este aroma, se distinguía el agridulce café, la espuma de la cerveza más negra, importada de la exquisita Irlanda y predominando sobre las anteriores, grandes cantidades del mejor whisky.
Los dedos acariciaban las muescas de esas pequeñas y casi podridas mesas, que como arrugas en el rostro de una mujer que antes había sido hermosa en la que aún se podía vislumbrar belleza. En las sillas, que dibujaban diversas formas en el respaldo, habían estado sentados los personajes más inverosímiles que la mente pudiese imaginar: pintores que dejaban su vida en autorretratos, famosos escritores con más de mil libros no publicados más allá de sus ojos, dramaturgos cuya vida se aproximaba más a la comedia y poetas que sólo escupían retórica sin que les importase ni lo más mínimo estar con su soledad o rodeados por otros interlocutores.
Al observar puerta de salida, los ojos se topaban con una apuesta pero longeva puerta que al pasar por debajo de su marco, te obligaba a quedarte. Incluso en algunos casos, para siempre.
Las pocas personas que se atrevían a salir de aquel lugar, al girar la cabeza y poner la vista atrás podían ver en la mugrienta pero elegante fachada en la que incrustado, con letras borrosas a causa de la lluvia de los años, un cartel rezaba:
“El Ojo de la Aguja.”

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