“Quiero una pureza clásica,
donde la porquería sea porquería
y los ángeles sean ángeles”.
Henry Miller
Los antropólogos deberían tratar de dilucidar
la obsesión por la limpieza del hombre moderno:
esa extraña histeria de la esterilización,
el morbo por lo impoluto,
la atracción desquiciada que supura desde lo inmaculado;
el culto por las camisas planchadas.
Alguien tendría que escribir literatura
sobre el vicio occidental por la higiene,
por esa indecente devoción al quirófano
cuando el tugurio y la porquería son
el estado natural de las cosas que pertenecen
a este mundo.
Alguien debería explicarles
a todos esos fetichistas del pH neutro
que hay más pureza en una gota de lefa
resbalando por los labios
que en todas las atmósferas protectoras
de los envases que recubren sus alimentos.
Alguien debería hacerles entender
a esos yonkies de la profilaxis
que los mejores frutos crecen
en tierras abonadas con mierda;
que la pureza no huele a lejía,
que en el fango también hay belleza.
Él bien lo sabía.
Poema publicado en Obituario en homenaje a Henry Miller.
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