El poema es la cópula
que no llega a ningún sitio,
como un tren de mercancías abandonado
en mitad de la vía,
o los ojos de un animal atropellado
sobre la línea discontinua.
El lector no es un novato
al que el capitán le pega bofetadas,
sino el machete que no duda
y le saca el intestino al enemigo,
el que descubre sus verdades
cuando cava las trincheras.
El poeta no es un ladrón de guante blanco
ni los dedicados dedos del pianista,
sino el enterrador que encubre
con hierro y letra,
asfalto y sangre,
aquello que todavía no conoce.
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