La música viaja en barcos hundidos,
vive con el eco de los museos donde duermen
hombres de hojalata y preciosos metales volubles.
Tú caminas y ríes iluminando todo
con tu cuello y tus clavículas, curioseas
cada cuadro, cada obra en movimiento,
balanceándote sobre una marea serena y silenciosa.
Recorres con tu mirada verde
el espacio hueco de un edificio que huele a mar
y tus sandalias escriben una partida de ajedrez
pisando casillas de colores imposibles.
Rodeada de creación respiras la fuerza y el motivo,
la pequeña cicatriz en tus rodillas es una firma,
una rúbrica que le pone nombre
al hermoso poder del arte.
Muy buena, tío.
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