El amanecer huele a gasolina quemada
y siguen llegando cartas a nombre de gente muerta,
suenan réquiems y bulerías indistintamente,
como un deseo fugaz y cambiante
que se aísla en las cabezas formando trincheras.
Hay bombas, disparos y relámpagos,
aviones que peinan los cielos,
que llenan los campos de trigo de ceniza.
Todo tiene color de ciénaga y crepúsculo,
de asfaltos y carreteras desquebrajadas
con culebras durmiendo en las cunetas.
Todo es un zaguán donde se siembran rosas
que se ahogan entre tantas pólvoras,
aguas y llantos.
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