De Miguel d’Ors,
mis González Calabria
y las ganas de ser yo
en otros lugares,
el calor del calendario,
los ojos fríos de la vida.
De Gil de Biedma,
mi pandémica y celeste
con cuatrocientos cuerpos
arrugados en el tiempo,
como único argumento
del teatro de la vida.
De Leopoldo María Panero,
unas gotas de semen
practicando necrofilia
en el dictado
de un diario seductor,
con todo el barro de la vida.
De García Montero,
-aunque tú no lo sepas-
el recuerdo de una tarde de verano,
la palabra alevosía
y en el lugar del crimen:
o los labios o la vida.
De todos ellos,
el amor por la poesía,
de ti, también de aquellos,
el impúdico amor
por las palabras
y el deseo de la vida.
"El impúdico amor por las palabras", me encanta.
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