jueves, 18 de junio de 2015

II.

“Quiero una pureza clásica, 
donde la porquería sea porquería 
y los ángeles sean ángeles”.
Henry Miller


Los antropólogos deberían tratar de dilucidar

la obsesión por la limpieza del hombre moderno:

esa extraña histeria de la esterilización,

el morbo por lo impoluto,

la atracción desquiciada que supura desde lo inmaculado;

el culto por las camisas planchadas.


Alguien tendría que escribir literatura

sobre el vicio occidental por la higiene,

por esa indecente devoción al quirófano

cuando el tugurio y la porquería son

el estado natural de las cosas que pertenecen

a este mundo.


Alguien debería explicarles

a todos esos fetichistas del pH neutro

que hay más pureza en una gota de lefa

resbalando por los labios

que en todas las atmósferas protectoras

de los envases que recubren sus alimentos.


Alguien debería hacerles entender

a esos yonkies de la profilaxis

que los mejores frutos crecen

en tierras abonadas con mierda;

que la pureza no huele a lejía,

que en el fango también hay belleza.


Él bien lo sabía.




Poema publicado en Obituario en homenaje a Henry Miller.

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