Las lágrimas son puntas de flecha ensangrentadas,
brillantes, cálidas, puntiagudas y afiladas,
resbalan por las mejillas como los dedos por la vulva,
son licores de un cuerpo vivo, mares
en aromas que se disfrutan con las lenguas, las pecas
y los lunares de los labios. Se agarran con los dientes
como una presa que se disuelve entre los dedos.
Son asfalto líquido y transparente, cantos que dejan moratones,
llagas y objeciones de conciencia, son extremos,
lunas, tempestades, Vesubios, saxofones.
Son salivas que callan las verdades, dormitorios condecorados
con ropas interiores por los suelos, sudores,
el poder de los plurales, pólvora para los corazones,
iglesias, credos, semen, redenciones, rebeldías,
versos de palabras con cementos de sordina.
Las lágrimas son cultos, estatuas, lagos
desbordándose por las pupilas, sequías,
incendios forestales, llamadas telefónicas
que hacen vibrar las venas, bañeras
con dos cuerpos sumergidos, adrenalina
en los portales, ascensores y azoteas,
vientos de Poniente, de Levante y de cambio.
Las lágrimas son monedas de plata
en las profundidades, tintes picassianos
por vías de tren que rodean la cuenca de los ojos,
aficionadas a los precipicios, a los peligros
de las selvas, la juventud, los placeres, los puñales.
La felicidad te está afectando. Le falta alcohol y el típico ingenio de otras veces. Demasiado largo. Aún así te quiero...
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