lunes, 30 de mayo de 2011

El Verbo y la Carne



Puedo ver detrás de mí unos labios apretados 

que no puedo mirar a los ojos, 

que me mandan callar partidos en dos 

por un dedo índice que señala al norte, 

y no encuentra justo debajo una cama desecha 

que espera sueños mediados por tormentas. 



Son truenos por las venas los que recorren 

retumbando desde las extremidades a los pulmones, 

me desencajan y sacuden como si fuese de trapo, 

son espadas los rayos que se clavan, 

rayos que atraviesan mis costillas y me dan la vida: 

el primer hálito mientras encienden mis átomos. 



La lluvia carga contra el colchón, se mezcla conmigo 

hasta formar una masa fuera del tiempo, 

siento su fuerza cuando me perfora el pecho, 

es un ácido que trae aquí su imagen, 

se enlaza con cada partícula, con cada corpúsculo 

que hay flotando en el ambiente. 



Anestesia con su eco mis cuerdas vocales, 

me mira y sus labios partidos me cosen la boca, 

noto el sabor de la sangre, no sé si la suya o la mía. 

Si me giro ahí está, como en un salón de espejos 

su imagen no tiene final, pero siento 

el final de los cinco dedos de su mano cerca de mi nuca.

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