miércoles, 1 de septiembre de 2010

La ciudad

La ciudad es el refugio del anonimato,

las caras detrás de las ojeras se reservan

el sustantivo, las arrugas, el calendario;

Los cines y los teatros son el arrebato

de mis ojos de cristal y montura que observan,

por serenos pasos de cebra al lobo estepario.



Los coches rezan el insulto y el abecedario

al parpadeo del semáforo, a la duda

de un peatón (corbata negra y maletín de cuero),

que mira como grita la aurora su rosario,

con la garganta rota, una voz peliaguda;

piensa en el frío de su cartera bajo cero.



La vida vuelve a casa por el largo sendero,

por el camino a su calvario de disimulos

y horarios, por las manillas del reloj que esperan

volver a ser importantes para el usurero

que es el tiempo, cuando noble absuelve con sus bulos

mis dedos tiernos, que por arañarlo se esmeran.

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