La última madrugada de noviembre
huele a muerte anunciada,
a la sangre de un ajuste de cuentas
corriendo por carreteras secundarias.
La última madrugada de noviembre
cruza por lugares comunes
y llamadas a comisaría.
Te visita como un fantasma
escrito en carne y verso,
entra en tu portal a las seis de la mañana,
te saluda en el trabajo,
firma tu contrato de divorcio.
La última madrugada de noviembre
es un billete de ida
comprado en el último minuto,
un trámite en la oficina de aduanas,
una excursión al matadero
o una cicatriz para el recuerdo.
La última madrugada
suena más como una muerte dulce
que como un tiro en la nuca.
Si hacen oído aún pueden escuchar
cómo se cierra la puerta del tercero,
cómo quedan solo los ecos
y la radiación de fondo.
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