Después de haber visto arder a todos nuestros ídolos
no quedan sesiones de madrugada en los cines
para tirar la piedra y esconder las manos.
Después de simular la caída desde latitudes escalpadas
no encuentro una sola razón para no enamorarnos
mientras rodamos por las dunas del Valle de la Muerte,
para no arrancar del diccionario palabras a las que solo
se les permite transitar por nuestros universos privados.
Después de nadar por el absurdo de las ciudades,
de abrazar el motor de cientos de autobuses vacíos
o rodear mi piel con la nausea de una ficción inconclusa,
solo puedo zambullirme en los letargos de tu vientre
antes de que el otoño, inevitable, arrase con las flores
que han empezado a crecer por mi barba.
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