No hablo de vivir en trenes,
ni autobuses,
no hablo de volver a casa
y tener la comida esperando en la mesa;
pero tampoco de las cárceles,
ni de los aeropuertos,
ni de las mascarillas de los hospitales.
No hablo de dormir la siesta el primer
domingo de agosto.
No puedo hablar del mar,
ni de las selvas que rodean algunas pupilas,
no hablo de los ombligos,
ni de la lencería.
No puedo hablar de la primavera,
ni de la nieve; ni de la luz
que empieza a entrar por la ventana.
No se hablar de lo que a veces asoma
entre la mierda y la podredumbre
del mundo.
No puedo hablar
porque la belleza no se dice.
La vida era algo así
como recibir una llamada inesperada
a las siete de la mañana.
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