Las razones de un paso equivocado
no se adivinan con negros lamentos.
Ser calculador, acechando como
gato tras las cortinas a su presa
es quimérica virtud indomable,
para el hombre, un hecho inasequible.
El parqué, cubierto está de alfileres.
Ordinaria es la sangre que derraman
tus rodillas, las palmas de tus manos.
El reloj de cuco marca las tres
en la pared. Sin ningún pundonor,
tu rastro te persigue sin piedad,
rojo coagulado, es el reclamo
de rapaces en busca de manjares
que tu boca no supo alimentar.
El cristal oblicuo de las persianas
cambia la perspectiva del error.
Te ves al no reconocer tus huellas
en un cúmulo mental de escaleras
que no hacen que rodees los espejos,
no hacen que te rasguñes los nudillos.
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