Se estremecen los cimientos
del vello que se eriza en todos los boleros,
en las agujas de los vinilos viejos.
Nos llaman por nuestro nombre
las ajadas manecillas de los relojes
que cosen los números complejos.
Suenan en un eco de basalto
y traviesas que llega de bien lejos,
como un corto y sordo abecedario
en un grito alto y quejo.